jueves, 29 de abril de 2010

Damas y caballeros: es el Cenit de la Era de Acuario

Los tres acontecimientos más importantes de la década de los sesenta y setenta ya sucedieron. Y nadie dice nada.

1) Encontraron el Eslabón Perdido. Durante años, todo mundo hacía chistes del eslabón perdido. Ese fósil que nunca pudo encontrar Darwin, y que los arqueólogos buscaban como si se tratara del Abominable hombre de las Nieves. Pues bien, hace un par de semanas, dieron a conocer al homínido "manantial", un seudohumano exchanguito que vivió hace 47 millones de años y que -dicen- completa la cadena de seres que unen a los humanos con los protozoarios.

No es del todo extraño: el mapa del genoma humano completo; la línea evolutiva completa.

2) El más grande científico del mundo dice que sí hay extraterrestres. Stephen Hawking rompió esta semana la tradición más grande de la comunidad científica: hacerse tontos cuando les preguntaban respecto a la vida extraterrestre. Hawking, desde su sillita de ruedas salió en el Discovery Channel diciendo que sí hay seres de otros planetas. Y lo mejor: que no hay que contactarlos porque nos rompen nuestra madre si nos encuentran.

Hasta antes de esto, obtener una declaración así de un científico serio era más difícil que tratar de obtener una entrevista con Luis Miguel.

Ahora, antes de irme a dormir, internet me sale con la mejor de todas.

3) ¡Encontraron el Arca de Noé! Es en serio. Una nota fechada en Ankara (Turquía), dice que en la cima del Monte Ararat encontraron una estructura de madera, a la que los científicos turcos que la descubrieron le calculan unos 4 mil 800 años de edad. Y que es, por lo tanto, el Arca de Noé.

¡El Arca de Noé, for heaven's sake! Y lo mejor son las declaraciones del alcalde de la cercana y muy empobrecida ciudad de Agri, un señor llamado Hasan Arsian, que dijo que esperan "una explosión de turismo religioso." Y que este "puede ser el camino para acabar con los problemas de desempleo en nuestra región."

Así es: de confirmarse la noticia, el buen Noé habría salvado a la humanidad para que unos pobres turcos pongan unas tiendas de souvenirs y esperen con ansiedad a los turistas.

No sé ustedes, pero esto ya es demasiado. Periodísticamente, estas notas equivalen a:

"Encontraron las Tablas de la Ley de Dios"

"Regresa Jesús y resucita a hombre de negocios en Tlaxcala"

"He sido malinterpretado, asegura Lucifer"

"Juan Gabriel demandado por abuso de menores..." Ah, no, esa sí es cierta.

Por lo pronto, muchos científicos se están burlando de la repentina aparición del Arca. Pero los turcos ya celebran que muy pronto las peregrinaciones les dejarán millones y millones de euros. Por cierto, la supuesta arca fue hallada a 4 mil metros sobre el nivel del mar, lo que hizo que un documentalista turco declarara: "No es cien por ciento seguro que sea el arca, pero sí pensamos que lo es al 99.99 por ciento."

Esto, por cierto, probaría otras cosas, entre ellas, que sí hubo un "diluvio universal", que sí hay profetas que son advertidos de ese tipo de catástrofes antes que ocurran, y que las leyes del Viejo Testamento (apredrear a las prostitutas, por ejemplo) podrían tener validez hoy en día.

Ahora me voy a dormir y a platicar con Topo Gigio. Tal vez pueda sacarle alguna declaración para ponerla al aire mañana en el radio, que arroje más luz sobre tan controvertido tema. Buenas y muy felices noches a todos.

lunes, 26 de abril de 2010

Abel: Diego Luna acerca de Diego Luna



"Es un poco autobiográfica", me dijo hoy Diego Luna, durante un screening de su ópera prima no documental, Abel.

"A mí se me murió mi madre cuando yo tenía dos años y viví sólo con un padre, pero uno tiende a cambiar las cosas para que no duelan; entonces ahora el personaje tiene madre y no padre... aunque también es una reflexión de los hogares de este país, que son llevados por una mujer."

Diego Luna, por lo tanto, siente algo de esquizofrenia, como la del niño que protagoniza su película. "Desde los seis años comencé a trabajar y crecí en un mundo de adultos", dice.

Eso es suficiente para disociar a cualquiera. Una persona así puede terminar para siempre en un hospital o, en el mejor de los casos (éste parece serlo), como artista.

Luna entonces, de acuerdo a sus propias palabras, deconstruyó su realidad y ordenó los fragmentos de su disociada mente en una historia coherente que muestra la relación entre los universos interno y externo de un niño que, al verse abandonado por su padre, se escapa al interior. Al principio parecería que Abel tiene autismo: no responde, tiene conductas repetitivas, vive solamente en su cabeza. Pero poco a poco descubrimos que hubo un tiempo en el que estuvo bien; cuando su madre (Karina Gidi), su padre (José María Yázpik en la mejor actuación de su carrera) y sus dos hermanos vivían juntos.

Por ello, Abel es capaz de regresar a la realidad y restablecerla; pero cuando lo hace, regresa convertido en el padre de familia y no en el niño. Así es; el padre: comienza por tapar a su hermano menor, guardar los audífonos del reproductor de su hermana, lavarse los dientes él solito, ponerse la pijama de su papá y acostarse a dormir con la que él cree que es su esposa. La fantasía infantil de Diego Luna, ser un adulto en el cuerpo de un niño, es así llevada al extremo.

La película sorprende a cada vuelco inesperado; además, cada vez que uno cree que algo va a suceder, se encuentra con algo mucho mejor y totalmente distinto. Las premisas de la historia escrita por Augusto Mendoza y el propio Diego Luna de repente anuncian una cinta de denuncia social, una comedia barata, un drama de la pobreza… Pero no. Todo es el pretexto para la narrativa de una historia con la que podríamos identificarnos todos los seres humanos. De hecho, no recuerdo personajes tan cercanos desde El Callejón de los Milagros, de Jorge Fons. Y eso que son dos películas casi completamente diferentes.

En lo que se parecen, sin embargo, es en la capacidad de sus directores de mostrarnos lo que puede suceder con los celos, el abandono, la ternura, el compromiso y, sobre todo, con esta tremenda obligación de los seres humanos de vivir encarcelados en la mente de los demás. A eso me refiero con la película de Fons y con la de Luna: a que resumen la vida misma.

¿No lo creen? Pues la vida no es más que la manera en la que cada individualidad reconstruye el mundo para que todos los otros mundos se adapten a él. Así opera la mente. Y así el niño Abel, en su enfermedad, es capaz de ser un padre tirano, y a su alrededor el mundo entero se subordina. Mientras tanto Alonso, el padre real, espera que suceda exactamente lo mismo: que su mujer y sus hijos lo aguanten dos años hasta que regrese con regalos baratos; que ella no tenga sexo con nadie en su ausencia, que su silla de padre de familia esté intacta aunque él no haya llamado ni mandado un peso, etc.

Tanto para este niño como para este padre, todo es la negociación entre la ficción en sus mentes y el peso de la realidad que fabrican las mentes de los otros. La vida misma, pues.

Hay, sin embargo, algo en Abel, que parece no completar esta teoría; una especie de indulgencia absoluta hacia las mujeres. En esta película, el sexo femenino se antoja abnegado, solícito, sacrificado. No hay, en el planteamiento, un solo asomo de irresponsabilidad en ellas. Pero esto sólo para el que no sepa ver. A final de cuentas, hacia el desenlace, todos tienen que redirigir su atención hacia los niños. Y cuando eso sucede, todos salen de sus universos individuales. Sólo así, en el enfoque de una crisis, logran abandonar sus respectivas fantasías internas. No sería extraño decir que todos los personajes sufren de esquizofrenia...

Lo que estoy diciendo –y espero que disfruten Abel tanto cuando la vean como yo- habla de un narrador. Para llegar a ese punto de la película y lograr convencer al espectador de la circunstancia, tiene que haber habido alguien que la contara muy bien. En Diego Luna hay un narrador. Por lo tanto, hay un cineasta en ciernes. No por nada los volvió loquitos en Sundance. Y va para Cannes.

Un detalle más: la elección de los niños hidrocálidos Ruiz-Esparza como Abel y Paul. Desde ahí hubo rigor.

Abel se estrena en México el 28 de mayo. No se la pierdan.

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Foto: Diego Luna antes del screening (René Franco).

miércoles, 21 de abril de 2010

Las Aparicio: Revolución Sexual Feminoide

Me divierten los diálogos de la telenovela Las Aparicio. Parecen sacados de un Cosmopolitan, o de un libro de autoayuda para señoras anorgásmicas con mucho tiempo libre.
Digo, está bien para un par de emisiones, pero si la telenovela sigue así, va a durar como cinco minutos antes de que la audiencia se vaya por el caño y los Vázquez Raña se pregunten por qué le hicieron caso a Epigmenio Ibarra.
Las Aparicio: otro experimento seudoeducativo disfrazado de drama baratero. Cortesía de Argos.
Lo más risible es que estas telenovelas dependen de una sola cosa: la represión sexual. En ningún país medianamente liberado podría haber diálogos tan absurdos: hablan del derecho de la mujer a la satisfacción sexual, de la nueva liberación femenina, del empoderamiento clitórico de una generación de mujeres que se comportan como machorras y que aún así esperan ser tratadas con flores a la puerta.
Y lo mejor: se trata de nostalgia. La telenovela arranca con una serie de cromos que seguramente existieron, y que le dan consejos a la “buena mujer” para mantener al hombre contento. Bueno, pues una de las pocas cosas que la vida me ha enseñado es que hay más mujeres arrepentidas que contentas con su mal llamada “liberación”. Parece que no, pero eso de la responsabilidad y la carga de ser “liberadas”, las ha conducido a una soledad que, en todos los casos, es más dolorosa para ellas que para nosotros.
No me hagan mucho caso, pero es muy posible que a la generación hippie de los sesenta y su valiente espíritu aventurero -inflamado por la proliferación de los anticonceptivos- le debamos hoy tantas madres solteras, mujeres solas y divorciadas, señoras cuarentonas medrando por los pasillos de los hospitales buscando semen congelado para embarazarse in vitro, y hombres (que en otro tiempo las habrían acompañado a sus fiestas y bautizos) brincando de cama en cama, diversificándose sexualmente a gusto y encima de todo haciéndose las víctimas de una generación en la que “ya no hay mujeres como las de antes”.
¿Ustedes realmente creen que las mujeres de antes eran mensas? ¿Que no había grandes ventajas (tal vez más) en ser conservadoras y a la antigüita? ¿Que esas señoras (sí, sus madres, sus abuelas) no pulgueaban a gusto con sus Sanchos, bien calladitas, mientras sus maridos hacían lo propio, pero trayendo el gasto, y obedeciéndolas, sometidos por una educación matriarcal que aún hoy se resiste a morir?
¿Quién se liberó? ¿Ellas o nosotros?
Para acabarla, el mayor verdugo de las mujeres son las mujeres. Esa moral la inventaron, la promovieron y aún hoy la defienden ellas. Ellas educan a los machitos y a las señoritas puras y castas. Ellas promueven la doble moral y la doble información que tiene a la humanidad en Occidente al constante borde de un ataque de nervios. Ellas son mucho más responsables de este desaguisado de lo que están dispuestas a aceptar.
Ahí están las Aparicio. Supermachas, superviejas, superlocas. Una de ellas incluso padrote de unos prostitutos. Una ficción, a final de cuentas. Televisión, ni más ni menos, por mucho que Epigmenio Ibarra y su gente sigan disfrazando sus teleculebrones de obra de Henrik Ibsen.
Las Aparicio. Personajes que “retratan” (¿o “proponen”) un modelo de existencia que, de surgir, sólo engendraría monstruos igual de horribles que los del machismo a la Pedro Infante. Tele y nada más. La vida es otra cosa.

martes, 20 de abril de 2010

El Ingenuo era yo: pensé que teníamos gobierno

Los pueblos tenemos los gobiernos que nos merecemos. Y nos hemos portado muy mal.

Joaquín Sabina, hecho tótem como elemento presidencial, salió de Los Pinos para esgrimir la muy cínica frase “El ingenuo era yo”.

Sabina miente. Es, simplemente, un político más hábil que nuestros políticos en el poder. Eso es todo. Sabe perfectamente que ir a comer con el enemigo le da más puntos para seguir explotando la venta de sus conciertos, mientras sigue esgrimiendo la bandera de una izquierda que para él ni siquiera existe.

Joaquín Sabina es un hombre de negocios que ha sabido venderse estupendamente bien entre el red set de México, explotando lo que en este país sigue considerándose como lucha de clases, y que se reduce solamente a la lucha entre dos facciones de la burguesía: los ricos que pelean por ser más ricos y los ricos que se pelean por aparentar que defienden a los pobres mientras se hacen más ricos.

No vayan ustedes a creer que Denise Dresser, Elena Poniatowska o Joaquín Sabina vienen de la pobreza. No. De ahí, si acaso, salen los boxeadores y las estrellas del Canal de las Estrellas. Sabina representa a una facción de la mediana y alta burguesía española que, gracias a su claridad, supo entender cómo funciona la burguesía mexicana.

Por eso vino alguna vez a hablar maravillas del Enmascarado de Estambre (un pelele que se hacía llamar Subcomandante y que sigo creyendo que fue una invención de Carlos Salinas). Por eso mismo provocó a Felipe Calderón llamándolo “ingenuo” en su guerra contra el narcotráfico, y por eso aceptó ir a Los Pinos a degustar un menú a la mexicana, saludar a Margarita Zavala para salir después diciendo: “el ingenuo era yo”, y rematar: “pero cada quien conservó su postura”.

O sea: “me retracto, pero no me retracto”.

Mientras tanto, nuestro ingenuo presidente y nuestro ingenuo secretario de gobernación, se quedaron contentos, como si realmente le hubieran ganado media batalla al español que les volvió a intercambiar oro por espejitos (y miren que lo entiendo en tiempos de Moctezuma, cuando no teníamos espejos). Sabina les vendió el espejismo de haber estado de acuerdo con ellos; de escuchar las “razones” de la guerra contra el narco; de poner su cara, su acento y sus barbitas para que el gobierno mexicano le mostrara la luz de la razón de la batalla que debe –según ellos- librarse en las calles y no en las clínicas de rehabilitación.

Pues bien, Felipe y Fernando no sólo siguen siendo ingenuos, sino demostrándolo. La declaración de Joaquín Sabina se habría perdido en la cortina de humo de la “hospitalización” de Luis Miguel, pero ellos decidieron elevarla a prioridad nacional. ¿Hay acaso mayor ingenuidad política?

Las palabras de Sabina que originaron el desaguisado siguen en pie. Eso sí, le agregó un folclórico: “era yo”, dejando como único pendiente saber a qué se refirió. Porque a estas alturas, sospecho que Sabina se refiere a que nunca se imaginó cuánta ingenuidad había detrás de sus sospechas iniciales.

Hoy, y hasta el 21 de abril, en el Auditorio Nacional, Joaquín Sabina sigue cosechando las mieles de esta publicidad gratuita a costa de nuestro gobierno. Mientras, en Los Pinos, la tragicomedia nacional de José Agustín se sigue escribiendo, ya sin autor, ya solita y espontánea, para beneplácito de los que sólo la observan y no la sufren. Entre ellos, por supuesto, Joaquín Sabina goza asiento de primera fila.

lunes, 19 de abril de 2010

Ríos de Tinta Para una Nota que no Existe: Luis Miguel

Una llamada del periódico El Universal me hizo crear, a partir de hoy, este blog. Comienzo con Luis Miguel.

El reportero me preguntó qué opinaba acerca de que "La Academia, Segunda Oportunidad", de TV Azteca, hubiera decidido explotar la supuesta muerte de Luis Miguel para hacer crecer su rating el domingo pasado.

Lo hicieron, de hecho: desde las siete de la noche hasta pasadas las 10; el conductor Rafael Araneda se la pasó especulando acerca de la muerte del cantante, tratando inútilmente (como después lo demostraron los números), de mantener en cada corte a comercial, a la gente al filo de sus butacas, para saber si el ídolo había pasado a mejor vida.

No los culpo. No tienen nada mejor qué mostrar en ese programa. Además, no son periodistas. Simplemente se sumaron a la ola de estupidez que pareció contagiarse como paranoia de Influenza entre los "reporteros" y "comentaristas" de espectáculos, desde que un señor apodado "el Gordo", escribió en su twitter que Luis Miguel estaba hospitalizado.

En serio, desde entonces he escuchado las versionas más imbéciles. En menos de una semana se dijo que Luis Miguel estaba en el hospital para someterse a una prueba de ADN y así demostrar que un señor desconocido no era su padre; que tenía una bacteria en un pulmón, un virus estomacal; que se había hecho una liposucción, una cirugía facial, que se había muerto, que había salido del hospital, que lo habían visitado Daisy Fuentes y Sofía Vergara, que su hija lo había acompañado; que estaba en su casa de Miami componiendo las canciones de su nuevo disco... Todas estas informaciones eran "extraoficiales"; todas provenían de una fuente tan confiable como "la prima de una amiga de la tía de un compadre que es experto en hemorroides".

Finalmente, lo único claro es que nadie sabía nada. La nota es que no hay nota.

Desde la semana pasada recibí las llamadas de Pepe Cárdenas en la Ciudad de México y Pepe Morales en Aguascalientes; dos periodistas serios tratando de saber algo respecto a los rumores. Mi respuesta siempre fue la misma: no hay nota. Nadie la tiene. Luis Miguel sigue siendo un misterio. Punto.

Lo sorprendente es la manera en la que se ganan la vida decenas de personas a través de una mentira llevada a los extremos. Hay algo de fascismo informativo; de imposición de puntos de vista: esto no es real y lo sabemos, pero lo fabricamos. Repetimos la mentira hasta que comienza a sonar a verdad.

La supuesta muerte de Luis Miguel reveló la plaga que está acabando con la prensa de espectáculos: hay mucho amateur sentado en las sillas de los profesionales. Un "tweet" fue capaz de echar a andar las ruedas de una industria cada vez más contaminada y menos interesada en el ejercicio mínimo del periodismo. Una mentira que en unos cuantos días desbancó del trono de los escándalos la homosexualidad de Ricky Martin. Una nota que, de haber sido fabricada por el propio Luis Miguel o sus asesores, demostraría además qué tan manipulable es una prensa que se considera a sí misma "independiente" e "informada".

Esa es la verdadera nota, la paradoja del asunto: la prensa de espectáculos no respeta las reglas de etiqueta del periodismo, y por ello podría ser mucho más abierta que la prensa de política o deportes. Muy por el contrario, en su poca disciplina, en su casi nulo profesionalismo, ha permitido la entrada de decenas de improvisados que mendigan en las redacciones, más por chamba que por oficio, cualquier cosa para llenarse la boca de imbecilidades y así, tal vez, de un poco de pan.

Por lo pronto, olvídense de todo lo que se publicó esta semana de Luis Miguel. Es basura.