martes, 29 de noviembre de 2011

Los toreros o los políticos: ¿a quién prohibimos?





A Heriberto y Jorge Murrieta; a Don Paco Malgesto.

Si ustedes tuvieran la opción: prohibir la fiesta brava o a los políticos, ¿cuál elegirían? ¿Quiénes son más dañinos, los toreros o los diputados?

Creo que la votación sería masiva y contundente: necesitamos muchos menos diputados y senadores que cobran millonadas, viajes en avión, y bonos navideños, que a los monosabios de la Plaza México. Pero esa no es opción; porque estamos secuestrados por los que ostentan poderes que nos pertenecen, y que tienen que justificar sus sueldos inventando prohibiciones populistas para justificar cobrarnos cantidades que no logramos pagarnos ni a nosotros mismos.

¿A quién llamarían primero a cuentas? ¿A Rafael Herrerías o al Niño Verde? La diferencia es que, como empresario, Herrerías sí puede ser cuestionado, pero el Niño Verde no. Así es el poder.

Los diputados del Partido Verde están promoviendo otra de sus grandes ideas. Y como ya no puede ser la pena de muerte para los humanos (esa ya se choteó), entonces es el "indulto" para los toros. Poco les importa que los toros de lidia sean una raza creada para la fiesta, para embestir, y no para otra cosa. Poco les importa que de lograr sus fines, condenen a esa raza a la extinción, y que todos esos animales deban ser sacrificados. Y mucho menos que la mayor parte de la gente que se opone a la fiesta brava jamás haya puesto un pie en una plaza de toros.

¿Por qué no les interesan más otros peligros ecológicos, como la tala indiscriminada de árboles, la cada vez más amenazada actividad del campo mexicano, o la ética de la pesca atunera? Demasiado complicado o, tal vez, muy poco popular. Ahí está el asunto: ¿es esta nueva "cruzada" del Verde una necesidad real, un reclamo popular, o un asunto electoral?

¿La fiesta cruel, la afición equivocada?

¿Qué somos? ¿Unos bárbaros que no han terminado de ser domesticados y que requieren la intervención de otros humanos más evolucionados y "conscientes" que nosotros? ¿Son estos luchadores de partido personas con mayor peso moral, más sustancia ética para decirnos lo que debemos hacer? Lo digo porque hablar en contra de la fiesta de los toros es fácil: "ahí matan", "ahí torturan". Y hablar a favor requiere de todo un entramado subjetivo que no entiende ni entenderá aquel que no ha ido a la fiesta y nunca la ha visto entrar en su corazón.

Pero los invito a preguntarse: los que vamos a los toros -mucho o poco- ¿estamos locos, somos inhumanos o monstruosos? ¿Estamos engañados por una especie de hipnosis colectiva que nos llama a la búsqueda morbosa de sangre y odio, de violencia? ¿Son los toros un espectáculo morboso? De ser así, estoy listo para escuchar razones y, de convencerme, tal vez hasta ser "curado", como Alexander DeLarge en La Naranja Mecánica, hasta que me den ganas de vomitar cuando vea cualquier signo de sangre.

La duda interna, la justificación imposible

No me malentiendan: yo también creo en el final de la violencia. Tal vez si pudiéramos convencer al Universo de erradicarla y no usarla como eje de toda su evolución, entonces regresaríamos al Paraíso. Pero mientras tanto, nuestra "grotesca naturaleza" (cito al "arquitecto" de la Película The Matrix) me sigue causando sentimientos encontrados.

Estamos hechos para matar. No lo hacemos, pero para eso estamos hechos. Y lo estaremos mientras seamos carnívoros. Los vegetarianos, por lo mismo, van más allá de los gazmoños partidistas y eliminan de sus dietas todo aquello que alguna vez haya tenido movilidad propia en esta Tierra. Pero los demás, hipócritas de nosotros, nos sentamos con nuestros cuchillos y nuestras servilletas, a devorar vacas, langostas, pollos, patos, gallinas, marranos, anguilas, pescados, pulpos, y cuanta cosa se haya arrastrado, nadado o volado. Lo hacemos, eso sí, servidos en lindos platos salsas decorativas de sabores diversos. Los recibimos pasados por el fuego, la plancha o e horno. No conectamos en nuestras mentes a estos que somos, con esos muñequitos en el museo de historia natural, matando fieramente a un elefante con lanzas de madera y pedernal, llenos de sangre, para llevarle de comer a nuestras crías en las cuevas. Los llamamos nuestros "antepasados". Queremos estar "elevados", salvados de esa barbarie. Pero seguimos comiendo cadáveres. Tranquilos, disfrazados, civilizados, pero a final de cuentas esos mismos cavernícolas que comen todo, nada más que gordos y enfermos.

El hecho de haber intercambiado el esfuerzo físico de la cacería por el trabajo asalariado no nos hace menos brutales. Sólo nos hace querer escapar de esa bestia interna que nos exige rituales de carne y sangre, reunidos alrededor del fuego ritual.

¿Ya enloquecí? ¿No tiene esto nada que ver con la fiesta de los toros? ¿O es sencillamente que el enfrentamiento del hombre y la bestia, que representa la fiesta brava, es tan brutalmente subjetivo que nadie, pero nadie, tiene lo suficiente para calificarlo cabalmente. Nadie puede justificarlo, o negarlo racionalmente. Pero algunos lo intentan. Algunos "califican" y se erigen en líderes morales capaces de decirnos lo que es correcto o no, lo que sí debemos hacer y lo que nos debe ser prohibido, "por nuestro bien".

No creo en ello. No mientras el mundo sea este lugar en el que los que más gente matan sigan siendo los mayoritariamente elegidos para ser "héroes nacionales". Un mundo en el que la vía armada es uno de los mejores caminos para llegar a los libros de historia. De ese mundo, la fiesta de los toros es una metáfora que no puede ni debe ser comparada con la cacería, con el maltrato animal o con la violencia simple. Es una metáfora de la barbarie que vive en nosotros. De la civilización que pelea contra ella todo el tiempo. Nos ayudan los caballos, los más nobles de los animales; nos embiste el toro, la fiereza y la brutalidad puras, que nacieron para embestirnos. Nos representa el torero, quien en medio de jugarse la vida (y lo hace, no crean que no), nos redime cuando se eleva por encima de la sangre y la matazón en instantes irrepetibles de arrebato.

¿Cómo explicarle a los políticos una metáfora? ¿Cómo defender la fiesta ante los sentimientos encontrados que provoca? Me queda claro que, como todo lo que ha comenzado, la fiesta de los toros verá su fin. Como las luchas a muerte de los gladiadores en los circos romanos. O las guerras floridas. O el juego de pelota maya en el que al final le cortaban la cabeza a uno de los capitanes. Todo termina. Lo que no sé es si alguna vez una sola palabra, una idea en un libro, o una justificación moral, podrán explicar lo que socialmente representa un ritual de esta naturaleza. Y estoy seguro que eso, de ninguna manera, podrá ser explicado por la gente que se dedica a la política. La poesía no se hizo para ellos.

Colofón para el mundo que empieza. Los Muppets fueron un trancazo de taquilla. Hicieron 30 millones de dólares en su primer fin de semana en EU, debajo de los 42 millones de la segunda semana de la nueva de Crepúsculo. Ya dejaron atrás a Happy Feet 2, a Jack y Jill, y tal vez alcancen al Gato con Botas. Es el regreso de la franquicia, ahora en manos de Disney. Y es la misma historia de la primera película: la rana Kermit y alguien más buscando rescatar su fama y la de sus compañeros de peluche, en una carrera contra el tiempo. O sea, es la apuesta por una vieja fórmula para atrapar una nueva generación que nunca vio la serie original. Dos semanas más de una recaudación así y será, una vez más, la hora de los Muppets. Ese Jim Henson era, me queda más y más claro, un maldito genio.

Columna publicada originalmente en http://www.callemexico.com

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domingo, 20 de noviembre de 2011

El derecho (o el perverso) de ser Kinky...





El manager del grupo Kinky, Alex Mizrahi, asumió en un "twitt" que Susana Zabaleta es mi "protegida". Así lo dijo: "@KermitFranco por lo pronto nos apegamos a lo q dice la ley y si tu o tu protegida SZ tienen una preocupacion seria, mandenla al Congreso ja" (sic).

Risa y suposición. Casi acusación. Mi "protegida". Esto me hace comprobar que el dilema legal entre el grupo Kinky y la cantante Susana Zabaleta, quien le puso "Kinky" a su disco, ha tomado tintes personales. De orgullo. Pero para toda historia hay dos lados y hay que ver ambos. Puedo entender por qué Mizrahi y el grupo Kinky creen que tienen razón. Y puedo ver por qué Susana Zabaleta cree que tiene razón. Como periodista de espectáculos, comento y listo. Y si mis comentarios le caen mejor a un lado que al otro, lo lamento, pero nada más.

Kinky es un adjetivo. No lo inventó el grupo Kinky. Pero lo pudo registrar. "Taquilla" es un sustantivo, y tengo -por ejemplo- registrado su uso para programas de radio y TV en la República Mexicana. No puedo tocar el programa de espectáculos homónimo en España (que existe), pero tampoco puedo pedir el uso exclusivo para toda instancia, sobre todo si no hago usufructo de ellas.

En este caso, el grupo de Monterrey y su Manager creen que Susana Zabaleta viola sus derechos, al haberle puesto "Kinky" a su más reciente disco. Ella asegura que está usando un adjetivo en inglés, que significa "Perverso", y que no afecta los intereses del grupo.

Alternativamente, ambos han anunciado sus "triunfos". La Zabaleta primero; Mizrahi y el grupo después. Los involucrados son, además de ellos, el Instituto Nacional de Derechos de Autor y el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial.

Multas van, multas vienen...

El último capítulo de la batalla es el anuncio de que el IMPI multó a la Zabaleta con 600 mil pesos. Kinky y Mizrahi festejaron. Pero la Zabaleta contestó que demandará al IMPI, lo cual hace ver que está bien asesorada. El pleito está muy publicitado y poco a poco el nombre y sus efectos comienzan a permear en lugares que antes nunca hubieran soñado: las amas de casa. Todos saben que el grupo Kinky está peleado con el "Kinky" de Susana Zabaleta. Todos están comenzando a enterarse qué significa la palabreja.

Ahora, el manager eligió el Twitter para refutarme. La razón: tengo una opinión que no le favorece completamente. Aquí, desarrollada, esa opinión:

Pro de favorecer al grupo Kinky. Orden. En caso de que el grupo no se vea favorecido, algunas personas podrían usar esa resolución para ponerle a sus discos nombres populares. Por ejemplo, yo le podría llamar "Maná" a un disco. Eso es lo que protege la ley autoral: que nadie confunda al consumidor, usando el derecho de terceras personas.

Contra de favorecer al grupo Kinky. Abuso. Si la resolución favorece al grupo, habría que tener mucho más cuidado a la hora de usar ciertos nombres o adjetivos en productos artísticos. Nadie le podría poner a su disco "Fobia", o usar la palabra "Jaguares". Bajo esa premisa, jamás habría existido el grupo "Caifanes" o la canción "Mátenme porque me muero", porque los productores de las películas podrían haberlo impedido. A la larga, esto puede dañar toda la industria, y el mismo Alex Mizrahi sufriría las consecuencias en otros productos que maneja. Además, Mizrahi maneja Ocesa Seitrack, uno de los más fuertes consorcios de management de México. Si esto prospera, ¿ya nadie va a poder usar las palabras que le dan nombre a sus grupos? ¿Tendríamos que pagar derechos por usar Panda, Playa, Limbo, Motel o Jumbo? Es un terreno muy riesgoso, y ello justificaría lo que ha hecho la Zabaleta: ponerse una mordaza en sus fotos que dicen "Libertad de Expresión".

Pleito entre pacifistas

Lo más paradójico es que este pleito se da entre dos instancias que abogan, a su modo, por la libertad de expresión. De un lado el rock, un género que hasta hace poco estaba confinado a la semiclandestinidad y que odiaba cualquier acción corporativa como ésta (a la que los rocanroleros generalmente tachan de "brutalidad"). Del otro, una mujer que habla constantemente de romper las ataduras sociales. Es interesante que la vida los haya confrontado, más aún cuando, estoy seguro, de no haber iniciado este proceso, nadie se habría dado cuenta. Kinky habría seguido siendo Kinky, y Susana Zabaleta habría tenido su disco "Kinky". Y ya. Cada uno con su público, que ni siquiera se tocan.

Pero hubo algo que pudo más. Ahora, a ver qué sucede, de qué cuero salen más correas, y cómo las decisiones de los jueces y los abogados afectan a la industria. Creo, a final de cuentas, que esto sólo enriquecerá a los abogados. Pero cada quien usa el dinero de su éxito en lo que se le pega la gana. Suerte a todos.

Colofón para el mundo que empieza. Fui a ver a los Stone Temple Pilots en el Plaza Condesa (nunca los demandaron los Rolling Stones, por cierto). Lo único que me pregunto es: ¿por qué se tardaron tanto en abrirlo como lugar de conciertos? Es un lujo, que hace más paranoica la experiencia de vivir en México: ya no sé si estamos en Amsterdam, o en Irak. Espero que no en los dos...

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martes, 8 de noviembre de 2011

Ovo: los virtuosos 360 grados del Cirque du Soleil

Ovo: hagan un desfile; ha llegado el circo.
El huevo, toda vez representado en dos dimensiones, es elíptico. No se define en 360 grados. Pero su cintura sí. Una sección en corte sagital revela un círculo. Eso se aplica, a través de Ovo, su nuevo show, al Cirque du Soleil.

Con Ovo, la compañía circense que comanda el québécois Guy Laliberté regresa a sus orígenes: una aspiradora que absorbe los mejores actos de circo de todo el mundo y los integra en un solo concepto artístico,con un peculiar sentido de la estética.

La clave, al principio, era la elegancia. Pero el circo de Laliberté enloqueció y comenzó a ser cada vez más elaborado, especialmente generoso en escenarios de alta tecnología, que no pocas veces opacan al elemento humano. En Ka, O y Love, es casi imposible saber si le estamos aplaudiendo a la máquina, la robótica, o a los artistas. Una conjunción de éxito económico, gran demanda, y la competencia de cada hotel de Las Vegas por tener su propio show de Cirque, saturó el concepto.

Ese exceso invadió también a los shows itinerantes; Dralión y Quidam no son tan emocionantes como Alegria, el primer show. No tienen sentido de peligro, de posible falla humana. Su precisión es tal, que nadie espera asombrarse. Y el circo no es un asunto de estética; es de proeza, de acto sobrehumano; de voltear hacia el cielo y elevar una plegaria para que el trapecista llegue al otro columpio. Todo ello, por fin, es Ovo.

De noche, todos los agentes...

El corazón del Cirque du Soleil estaba vivo. Su creador lo tenía bien resguardado dentro del corazón y en Ovo se nota. Es como si Laliberté hubiese reunido a su mejor equipo creativo y les hubiera dicho: "senores, el Cirque du Soleil debe vivir y ya no tenemos nada nuevo para soprender a la audiencia". Alguien, en esa reunión -tal vez el propio Laliberté- debe haber dicho: "¿Y si volvemos a nuestros orígenes?"

Dejar de correr; de asegurar los derechos de las canciones de Los Beatles, de preparar el show con la obra completa de Michael Jackson. Confiar en el concepto original; el circo. Ir a China, a Ucrania, a los grandes espectáculos de sus compañías; poner a trabajar una vez más a los diseñadores, iluminadores y músicos en un concepto sencillo, íntimo, elegante.

No más escenarios estériles y antisépticos; ni plataformas móviles gigantes. Una idea simple: un mundo de insectos que encuentran un huevo y se lo pelean. Payasos y actos de proeza. Nada más.

El resultado es el mejor show del Cirque du Soleil hasta la fecha. mejor que Ka, O, Zumanity, Quidam, Dralión, Love y Mystére, y eso sólo por mencionar algunos. Desde que el Cirque me maravilló con Alegria, no había vuelto a encontrarme con la boca abierta, convertido en un niño de cinco años, sentado al lado de mis papás y mis hermanos, con la emoción hecha nudo en la garganta. Una emoción que crece hasta revelarse como pura y absoluta alegría.

La fascinación de ir al circo, otra vez.

Ovo está en temporada en la Ciudad de México. No se lo pierdan. Lleven a sus papás, a los niños, a sus amantes; tomen los aviones, manejen las carreteras, paguen los hoteles, pero vengan. Esta vez, otra vez, la ciudad merece un desfile: ya llegó el circo.

Colofón para el mundo que empieza. El domingo fui al Plaza Condesa a ver a los Babasónicos. Por favor, ya no graben los conciertos con sus celulares; ¿no se han dado cuenta que les quedan horribles y se pierden el concierto por estar grabando? Y no dejan ver. No sean mensos.

Recontracolofón: este viernes se estrena "Pastorela" en los cines de todo el país. ¿Apuestan a que va a ser un trancazo?

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martes, 1 de noviembre de 2011

La piel que habito: ¿De cuál fumó Almodóvar?

Banderas: ¿alguien dijo venganza?
 Siempre he creído que Pedro Almodóvar tiene como ídolo a Alfred Hitchcock. Y por momentos, es como de ese tamaño: el español tiene un ojo privilegiado para la estética y los fetiches, como Hitchcock. Es capaz de enfocar a un solo personaje en un gentío con precisión de cirujano, como Hitchcock. Tiene la manera de hacer que los hombres y las mujeres de sus películas parezcan surgidos de un sueño, como Hitchcock.

Pero no adapta como el maestro. No dialoga igual. No logra el suspense con la misma exactitud, y todo el tiempo tiene que estar parchando sus historias con situaciones cada vez más inverosímiles, hasta que la película parece creada por un niño de seis años jugando con sus muñecos. Es como ver al Chavo del Ocho diciendo "...Y que entonces, te agarraba un doctor loco, y que te encerraba, y que hacía experimentos contigo, y entonces que llegaba un señor vestido de tigre, pero que ya lo conocías, y que antes se había fugado con tu esposa,  que chocaban y que se incendiaban, y que, y que..." Así, hasta el infinito.

¡No quiero escribir comedia!

Creo también que lo de Almodóvar es el humor. Sus mejores películas son aquellas en las que estas situaciones límite que tanto le encantan, llevan a sus personajes al borde de la risa. Todos son idiotas, por decir lo menos; actúan a bote pronto y por impulso, tomando siempre las peores decisiones posibles. Y hacen reír. Pero cuando Almodóvar se pone detectivesco, algo falla.

La comedia es lo suyo. O el melodrama. En Carne Trémula, La mala educación o Todo sobre mi madre, Almodóvar brilla. Saca la bola del estadio. En cambio, cuando quiere crear suspenso, como en Kika, La flor de mi secreto o Volver, los resultados son feos. Y más si hay un cadáver de por medio. Uf. En esos casos, es mejor no tratar de seguir la historia y regodearse una y otra vez con la siempre maravillosa visión de un cineasta que hace que sus actores se vean como auténticas estrellas. Las tomas de Penélope Cruz en Volver son lo que hace que esa película sea visible, pero nada más.

No es distinto en La piel que habito. Parecería como si Fellini estuviera filmando a Mastroiani en este reencuentro de Almodóvar y Banderas. Qué bárbaro, qué imágenes. Pero en cuanto a la trama... ¿Otra vez? Antonio Banderas es Roberto, un cirujano loco que perdió a su mujer, que se había fugado con su hermano, que ahora regresa disfrazado de tigre, a la casa donde él tiene encerrada a una mujer igualita a su hija, quien es cuidada por la mamá de ambos... Aunque ninguno sabe que es su mamá.

O sea, otro churrazo de un gran director, que simple y llanamente no acepta que eso de los thrillers no se le da. Pobres de nosotros, los espectadores, que aguantamos estas jaladas, sólo porque no sabemos si esta vez Almodóvar nos trae otra genialidad. Pero no; ésta vez sale ponchado en todas sus oportunidades, haciéndonos dudar si realmente dirigió él o la señora que vende los hot dogs.

No lo salvan ni las grandes actuaciones de la hermosísima Elena Anaya y Marisa Paredes, dos soldados de este trabajo, capaces de darle lustre a los textos más inverosímiles.

Pero nada más. La piel que habito es un churro, que debería haber sido filmado por los creadores de Intrépidos Punks. Así, y tal vez con la actuación estelar de William Levy, habría sido más adecuada esta historia de médicos locos, mujeres incendiadas, muertos que no están muertos, y hasta con operación jarocha sin su consentimiento, violadores disfrazados del gato GC y mujeres suicidas. Como que el mejor diálogo de esta película para describirse a sí misma es: "es Carnaval..."

Cosío: el Diablo Mayor.

 Colofón para el mundo que empieza. En cambio, esperen Pastorela, la nueva gran película mexicana, que se estrena el próximo viernes. Ustedes simplemente véanla y la platicamos aquí, en la próxima columna. ¡Peliculón! Vaya, ya era hora...




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