lunes, 27 de febrero de 2012

La Arena Ciudad de México, tal vez cuando la acaben...

El cascajo, a un lado de la... ¿escalera?
Nunca había visto que nadie, en ninguna parte del mundo, “inaugurara” un centro masivo de espectáculos a medio terminar.

No hay mucho qué decir. Los organizadores quieren las palabras “éxito”, “espectacular”. Pero la que más le queda es “desastre”, que según la Real Academia española quiere decir: "2. m. Cosa de mala calidad, mal resultado, mala organización, mal aspecto, etc. Un desastre de oficina."


Un desastre, pues. Si yo fuera el dueño de la Arena Ciudad de México, habría demandado al arquitecto por entregarme una obra sin pisos, con las paredes en yeso, sin funcionar los elevadores, sin puertas en los baños, con los plafones al descubierto, las varillas expuestas, las puertas de vidrio sin poner, las alfombras “colocadas”, todo lleno de polvo, sin señalización, sin mosaicos ni espejos, sin escaleras eléctricas, y sin un solo acabado.


Una vista al piso de abajo.
No hay mucho más que decir. Esa es la realidad. Las personas vagaban tratando de encontrar sus asientos por lapsos de hasta 45 minutos sin que nadie supiera indicarles; la gente, que ya sabe que debe sentarse en su asiento numerado (y miren que llevó años educarlos) estaba luchando por lograrlo. Los baños, con olor a obra negra y señalizados con plumón en la pared desnuda.

A nadie le importaba demasiado que el concierto de Luis Miguel, planeado para las 20:30 horas, no hubiera comenzado una hora después. Sobre todo porque el público no había terminado de llegar. La policía, en uno de los operativos más miserables que he visto, cerró los accesos por las avenidas Montevideo, Ceylán, y 16 de septiembre, dejando solamente la avenida Granjas, en la dirección que va de la Glorieta de Camarones a Montevideo. El resultado: una fila de horas de coches en dos carriles. Pudieron haber sido tres carriles, pero uno lo obstaculizaron las patrullas.

Los de vialidad, en lugar de arreglar el tráfico, se apostaron a la entrada por si necesitaban reprimir a los vecinos que protestaban por la obra. Y con justa razón. No hay vialidad adecuada para poner un inmueble de este tamaño en esa zona. Supuestamente, del dinero que se recaude, se harán las adaptaciones. De hecho, el Gobierno de la Ciudad de México, es “socio” del grupo de Guillermo Salinas Pliego, responsable. Pero no mejoró las vialidades antes de la apertura. Tal vez después.

Pisos, paredes, techos. Sin terminar,
El estacionamiento, otro desastre. La gente encargada de acomodar los coches parecía perdida y desorientada, y permitió que camionetas grandes se estacionaran, cola con cola, a la entrada. Al salir, hubo usuarios que tardaron hasta tres horas en lograr la salida que, por cierto, sólo es una. Se sale y se entra de y hacia Avenida Las Granjas. Y la policía (Dios los perdone) cerró el acceso de esa salida hacia la Avenida Montevideo, mandándolos a todos (sin opción) rumbo a Polanco. El caos vial fue fabricado por la ineficiencia. Una vergüenza.

Luis Miguel es lo de menos. El mismo padrote de siempre. Haciendo como que canta, como que le gusta lo que hace, poniéndole el micrófono a la gente para que le canten a él, con lo mínimo necesario para hincharse de billetes; desperdiciando sus talentos en la mediocridad del que no es artista y no le interesa superarse. Pan con lo mismo desde hace 20 años.

Eso es todo. Que ya los publicistas de la Arena Ciudad de México hagan su trabajo y nos hagan creer que es “el mejor recinto de espectáculos de América Latina”. Quién sabe. A la mejor cuando lo acaben, porque hoy, es (Real Academia dixit) un desastre.

Colofón para el mundo que empieza. El Artista ganó los Óscares. Jean Dujardin Mejor Actor. Michel Hazanavicius Mejor Director. Los tres premios más importantes. Al final no ganó Bichir, pero tampoco ganaron los gringos. Ganaron los franceses. Quién sabe, a la mejor uno de estos días les hacemos lo mismo. Habrá que verlo así; habrá que intentarlo.

lunes, 13 de febrero de 2012

Nadando con tiburones: el teatro y la meta-realidad

Hollywood a la carta. ¿Les apetece una coincidencia?
Jamás terminaré de entender al teatro. Menos ahora, que me parece que tiene sincronicidad con el inconsciente colectivo.

¿Cómo diablos se estrenó Nadando con Tiburones, una comedia enmarcada por la manera de producir en Hollywood, cuando su protagonista fue nominado al Óscar?

No me malentiendan: esta columna es muy personal. Tiene que ver con lo que me dijo alguna vez Jorge Ortiz de Pinedo mientras me dirigía para hacer el papel de un marido celoso y cornudo en la comedia Que no se entere el Presidente. Las circunstancias de mi vida eran tan parecidas a las del personaje... Y la explicación de la catarsis escénica comparada con la vida real que me estaba dando el director tenían tanto sabor a Epifanía...

Puede ser coincidencia. Pero en el caso de Nadando con Tiburones... ¿está hablando en serio el Universo? ¿Puede haber tal Cosmos en el Caos?

Ser nominado al Óscar es algo con lo que casi todos los actores sueñan. Vaya, hasta los que no son actores. La inmensa, casi total mayoría, jamás lo obtienen. Entonces... ¿cuáles eran las posibilidades de que Demián Bichir obtuviera la nominación en la misma semana que estrenó una obra de teatro que narra la vida de un productor, experto en crear películas premiadas? Una obra que, además, es un homenaje al cine de Hollywood, y cuyas características la hacen parecer premeditada, como si alguna especie de augurio hubiese podido penetrar en el sobre lacrado y protegido por Pricewaterhouse Coopers para que Bichir estrenara esto justo ahora y así llenar el Teatro Insurgentes.

No. No tiene lógica como coincidencia. Parece tanto un acto premeditado de un demiurgo inspirador de Nicolás Maquiavelo, que realmente me hace dudar del libre albedrío y reinstaura mi espíritu en la tesis edípica del destino inescapable: a Bichir le tocaba exactamente esto, y sólo esto.

Pero eso es también una paradoja; porque la obra, basada en la película homónima de George Huang (que en español tuvo el mal título El Factor Sorpresa), habla de la libertad creativa; de un puñado de hombres y mujeres que están dispuestos a crear la “nueva república del cine”; de mujeres que quieren acceder a los puestos de producción más importantes en un estudio grande de Hollywood; de autores, escritores, gente enamorada que piensa que es posible cambiar las cosas. Y que eligen, como si su ego no fuera suficientemente grande, tratar de hacerlo en la capital de la segunda industria gringa más poderosa después de la de las armas.

¡Detengan el reloj! La obra debe ser parida justo ahí...

Hollywood, ese hoyo negro a cuya gravedad no escapa nada, es el escenario de la batalla entre Buddy Ackerman (Bichir) y Dana Lockard (Ana de la Reguera). Uno, interesado en hacer más y más dinero. La otra, empeñada en hacer cine de arte en Hollywood. La víctima es Gus (Guy, en inglés, interpretado por un sorprendente Alfonso Herrera), aspirante a escritor de espíritu débil, víctima propiciatoria para ser absorbido en el seno del Demonio, quien cree aún, tan vago como su alma, que está en el lugar correcto para crear.

Una vez más, no me malentiendan: Nadando con Tiburones no es una tragedia de Sófocles. De hecho, teatralmente, es una de esas adaptaciones comerciales escénicas que tanto le gustan al público viejito de West End, en Londres. Como la adaptación de El Graduado. En este caso, de un autor de medio pelo llamado Michael Lesslie, quien prácticamente transcribió la película. Por cierto, en ese sentido, hay que aplaudir el trabajo de traducción y adaptación de... sí... el propio Demián Bichir, quien claramente comenzó a visualizarse en el personaje desde hace años.

Y eso me regresa a la lección de meta-realidad. La obra se estuvo produciendo durante cuatro años y no se lograba por varios motivos. Antes se estrenaron Todo sobre mi madre y Filomena Marturano (otras dos adaptaciones de películas), pero Nadando con Tiburones ya estaba ahí, ensayada y lista para su primer previo en el Insurgentes cuando a Demián Bichir lo nombraron al Óscar a Mejor Actor. Ahora la gente llena el teatro y lo ve interpretando a un ejecutivo de Hollywood que no tiene ningún escrúpulo, capaz hasta de producir "cine de arte”, traicionando su esencia, con tal de ser nombrado Vicepresidente de Producción de su compañía.

La película es modesta. La adaptación británica es modesta. La realidad circundante es brutal. ¿Hay un destino? Parece una pregunta obligada. Seguramente Demián Bichir se la pasa por el Arco del Triunfo, pero la pregunta permanece: si lo hay; si somos como Edipo huyendo hacia Tebas, entonces no hay opción: la obra acerca del arte contra el dinero en Hollywood, se estrenaría en la semana de la nominación de un actor que esgrime exactamente el mismo discurso en la vida real: Una vida mejor, como película independiente, hablando de los inmigrantes ilegales, nominada entre los monstruos de la industria.

Entonces, y esto sí debe al menos extrañar de forma sublime a Bichir: ¿existe un Demiurgo? ¿Es el destino manifiesto de Sófocles el que opera de nuevo los hilos de Tiresias, de Yocasta, Ana, Alfonso, Demián y su hermano Bruno? ¿O como decía Octavio Paz en su poema. “Hermandad”, “también soy escritura/ y en este mismo instante/ alguien me deletrea”?

Colofón para el mundo que empieza.
No puedo cerrar esta columna sin decirlo: qué buen director es Bruno Bichir. Qué buen escenógrafo es Sergio Villegas. Qué bien pagado está cada boleto para ver Nadando con Tiburones.
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Twitter: @KermitFranco
Email: rfranco@callemexico.com
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Nadando con Tiburones. 135 minutos, con un intermedio de 15. Se presenta con siete funciones a la semana, de jueves a domingo en el Teatro Insurgentes de la Ciudad de México. Los boletos están en el sistema Ticketmaster, en el teléfono 5325-9000 y en las taquillas del teatro.