martes, 31 de agosto de 2010

El Atentado: entre el cielo y el infierno

Hay decisiones imperdonables. Una de ellas es no haber editado varias escenas de El Atentado, de Jorge Fons, para convertirlas en blanco y negro. O sepia. Algo que evitara que todos los espectadores nos diéramos cuenta que la escenografía es un ciclorama mal pintado.

No me lo tomen a mal, pero a veces es imposible entrar en la convención del cine y suspender nuestra incredulidad, cuando alguien está contratando a un asesino y al fondo una supuesta ventana que mira a Catedral es evidentemente una tela. En ese momento, el contratante se vuelve Salvador Sánchez y el asesino es Chema Yázpik haciendo de borracho. Un error tan evidente genera una cadena de observación que hace fijarnos en los equivocados detalles de una producción sin control de calidad.

La solución era tan evidente que no puedo creer que no la hayan tomado: esos cicloramas eran perfectos cuando las películas eran en blanco y negro. De hecho, ese fue uno de los peores errores cuando a Ted Turner se le ocurrió colorear el cine clásico de Hollywood: se notaban los cicloramas. Pero en una escena que evoca un atentado contra Porfirio Díaz, era perfectamente justificable agregar tonos dramáticos llevando la escena a blanco y negro. De hecho, la sensación habría sido perfecta, ¡pero a nadie se le ocurrió! Ni a las decenas de patrocinadores que evidentemente le metieron mano, ni a los genios sobre genios que estaban detrás de cámaras. Al final, a Don Porfirio lo atacan en un set mal iluminado, en el que al fondo se ve el quiosco morisco de Santa María La Ribera, pero en versión de salón infantil de fiestas.

Claro, para lograr el efecto dramático correcto, se necesitaba también una buena partitura. La música de El Atentado es simplemente inexistente. La película quiere ser una gran producción, pero no sin un músico suficientemente calificado. La iluminación jamás logra dar en el blanco: se nota que siempre están a puertas cerradas. Los focos amarillos que intentan simular la luz del día hacen que todos los actores tengan color de carnitas en puesto de la calle (con su respectivo foco).

Las actuaciones, disparejas. María Rojo y Juan Ríos parecen ser los únicos que decidieron sacarle jugo a sus escenas. Chema Yázpik, José María de Tavira y sobre todo Julio Bracho están en un tono de caricatura que me hace pensar que el director estaba dormido. A los tres les hicieron falta unos cuantos gritos, a ver si se ponían las pilas. Se agradecen el instante de Juan Carlos Colombo y los esfuerzos de Arturo Beristáin por darle consistencia y solidez a su Porfirio Díaz, pero en general, como decía Ludwik Margules, una vez más el nivel de los actores mexicanos es “muy disparejo”. Demasiado para mi gusto.

Lo lamento por todos los involucrados, comenzando por el extraordinario Jorge Fons, quien en su regreso después de El Callejón de los Milagros, jamás logra encontrar el ritmo ni la maestría a las que nos tenía acostumbrados. La cámara no está puesta en los lugares correctos; la sensación de estar “tirando para terminar” crece mientras la película se desarrolla. Hay la sensación de que hubo demasiados chefs en el perol, y el director decidió meramente cumplir. Esto puede quedar plenamente probado cuando en el fonógrafo de Don Porfirio suena la melodía de una compañía de teléfonos celulares. Ni en mis sueños más alucinados imaginé al director de Rojo Amanecer permitiendo semejante violación a su trabajo.

No todo está perdido.

Por otra parte, ocurre algo fuera de lo común ante el desastre: El Atentado contiene una gran historia. Al fondo, de manera tenue y poco a poco más claramente, se revela lo que pudo haber sido una gran película. La idea de mostrar a Porfirio Díaz solo, en el pináculo del poder, traicionado por sus más cercanos, era perfecta para estos tiempos.

Además, El atentado revela cómo un dictador se rodea siempre de los menos eficientes. Son tan imbéciles, que ni para matarlo tienen cerebro.

Eso podría haber generado empatía entre los espectadores, verdadera hilaridad y a su vez, reflexión. Pero para cuando logramos descubrir los potenciales de la trama, hay espectadores dormidos en sus asientos. Y no estoy bromeando. Se requiere un verdadero esfuerzo para rescatar la pasión que pudo haber provocado este proyecto en sus creadores, y para adivinar lo que está irremediablemente perdido.

La historia es grande, los diálogos espantosos y cursis. Alguien debería decirles que Vicente Leñero es el peor guionista de cine que hay. ¿Para qué lo siguen contratando? Así va a estar imposible que triunfe la planeada exportación de la película, que piensan comercializar bajo el título The Attempt Dossier este mismo año.

Para terminar, la gente pregunta siempre: ¿Y Giménez-Cacho? Me reservo el comentario para su próxima película. No puedo creer que un actor de ese tamaño haya salido nada más a chambear. Debe haber sido un error de producción.

Colofón para el mundo que empieza. Observen con simpatía la nueva batalla entre Televisa y TV Azteca, que comienza en el aniversario 25 de los terremotos en la Ciudad de México. Pero no se engañen: La Academia Bicentenario y Décadas pertenecen, ambas, al mundo que ya terminó. Que tengan una gran semana.

Columna compartida con www.callemexico.com

Tweeter: @KermitFranco

2 comentarios:

  1. buena critica kermit, espero que continues igual de sincero por esta via

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  2. Acertadísimo. Don René: no eres santo de mi devoción en razón del personaje que te toca representar frente a la pantalla, pero no he leído mejor crítica de 'El Aentado' ni reflexión más lógica sobre los recursos de los que Fons omitió echar mano para que la obra de teatro llevada al cine (de manera vulgarmente literal) tuviera mayor sentido. Un presupuesto bicentenario digno de una más de las crónicas de doña Lola la Trailera. Gracias por la aportación.

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